Os voy a contar una historia
particular, como cualquier otra, como hay muchas. Seguro que no os suena a
nuevo porque, en el fondo, es una historia de pequeñas ambiciones humanas en la
que alguno o varios de los protagonistas quiso imponer su propia ambición y
visión del mundo, olvidando que no somos más que seres diminutos como un grano
de arena.
Esta es la historia de un grupo de
chicas jóvenes, ambicionas, e ilusionadas. Sobretodo ilusión, el ingrediente mágico.
Ignoro la medida de la ilusión de cada una de ellas, salvo la de una, la de quien
contará esté pequeño grano de arena en un Mundo siempre cambiante y en movimiento;
pero, grande como una montaña para quienes formaron parte de ese viaje, que ya
nació con intuida fecha de caducidad (aunque en ese momento no lo supiéramos),
porque es lo que ocurre cuando se unen ambiciones e intereses divergentes de
cada una de los componentes del grupo, que el azar vino a unir durante un
tiempo.
Después de una más que sobrada
formación, en una época de nuestra Historia reciente, (y tan lejana a la vez), en que todo parecía posible si te
esforzabas, trabajabas y tenías cierto talento. No importaba los orígenes de
cada una de nosotras, de qué familia provenía, si era más o menos acomodada, o
trabajadora dependiendo de un sueldo. O, en qué ambiente había crecido: un
hogar en armonía, desestructurado, envuelta y protegida o teniendo que luchar
en mil batallas que no le deberían haber correspondido.
En ese momento, cuando tres
jóvenes deciden montar su propio despacho de abogados, todas habías llegado al
ilusorio mismo escalafón por formación, educación y titulación. Ilusorio porque
cada una de nosotras, ese pequeño grano de arena que somos, es un mundo en
pequeño para cada persona; y cada una de nosotras venía con su mochila de lo
que quería, lo que pretendía y cómo conseguirlo. Normal, es la naturaleza
humana. Pero, nos unía un proyecto de vida en común. Profesional, sí, pero de
vida, porque no hay otro modo de entenderlo para que la criatura nazca, crezca,
se desarrolle fuerte, y acabe caminando sola. Un proyecto vital.
Un proyecto vital común, dentro
de cada uno de nuestros particulares universos.
Un proyecto que nació marcado por
su finitud debido a esa misma confluencia enriquecedora. Tal vez podría
definirlo como el lado oscuro que todos llevamos. Esa divergencia en la
dirección que debía tomar vino de la mano de las diferentes ambiciones e
intereses personales de varios de sus
componentes. En ocasiones por acción; en
muchas, por omisión.
¿Dónde estuvo ese inicio del
final?. En la entrada de una cuarta persona. Éramos tres, número mágico. Y, quien
sabe si en un universo paralelos seguimos siendo, porque las que se callaron o
admitieron a la cuarta persona tuvieron una posición más activa, y por encima
de la pequeñez de cada una en favor del todo.
Tal vez debió ser así.
Desde el principio fui la voz
discordante. Así me sentí, y me hicieron sentir. No me duele decirlo. Ya no. Ya
pasó esa eternidad de tiempo humano. Aunque, tal vez duela que lo diga. Quién
sabe.
Puede que esos mismos intereses y
en devenir interior por caminos tan dispares de cada una de nosotras haya hecho
que se comparta esta visión. Eso estaría bien, sería comprensible, más que aceptable.
Lo que no acepté, no acepto ni
aceptaré nunca, es lo que percibía. Un “en
el fondo estoy de acuerdo contigo, pero no digo nada porque no me interesa, no
me conviene, no es mi guerra y estoy más ocupada en otras cosas”, o “estoy de acuerdo, pero quémate tú”.
Pasar del 3 al 4 fue la célula
cancerígena que entró para, poco a poco, crecer, acabando por disponer 1 sobre
3.
Años después, me tocó a mí entrar
en mi travesía del desierto particular, que me llevó a la difícil y dolorosa
decisión del “hasta aquí he legado”.
Como todo en esta vida,-en el
trozo que nos toca estar-, todo depende cómo se trate, como se haga, cómo se enfoque.
En mi caso, lo peor después de
todos los años de bregar con las dificultades que nos encontramos, de nervios,
de muchas horas pasadas en esas cuatro paredes, lo peor no fue decir adiós.
Sino que me abrieran la puerta. Y, quien consideraba más cercana a mí, me pidió
la entrega de las llaves, no fuera que entrada a robar los secretos del
Vaticano o de Ford Knox.
Tenía claro que había roto la
baraja. Que me había levantado de la mesa de juego y que la partida, más pronto
que tarde acabaría con cada jugadora tomando su propio y autentico rumbo. El
que ya estaba dibujado en el tapete de la mesa y que ninguna de ellas, hasta
ese momento, admitía, al menos en público. Y, así fue.
Todo tiene un tiempo y un
momento. Ese momento puede ser de 1 año, 10 años, o todo lo que nos lleve la
vida en este mundo.
Una espinita quedó clavada, para mayor
sorpresa y despiste mío. A la más cercana a mí de las otras 3 le hice o dije
algo, que aún hoy en que escribo estas líneas, desconozco, y que me hacía
aparecer a sus ojos poco menos que apestada, o persona non grata.
No, no trato de cerrar ningún
circulo. Está cerrado. ¿O no?. Lo curioso es que sí lo pensara la persona a la que no sé qué hice si es que hice algo
que la molestara hasta tal punto. Ni el día en que, años después la visité.
Ilusa intención la mía. Mi corazón
fue a escuchar ese motivo, razón suya o lo que fuera. Sin más pretensiones que
saludar. Ni así.
Bien, a nadie se puede obligar a
que diga o haga algo que no quiere. Habló de todo menos de lo que fuera que hice,
que no sé lo que hice. Pero, seguía transmitiendo el rechazo de años atrás.
Más o menos he ido siguiendo sus
avatares, en la medida en que he podido y se han comunicado. Y, lo que puedo
decir en positivo, es que desde el momento en que me fui, en que rompí la
baraja, aquello pareció más el efecto dominó que hacía falta, tal vez.
farewell my freinds!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario