miércoles, 7 de febrero de 2018

LA BOTA QUE TE PISA EL CUELLO


Da igual que la bota con la que te pise el cuello sea la derecha o la izquierda. Todos buscan lo mismo: tu miedo. Tu miedo a levantarte y comprobar que no tienen ninguna fuerza en ti más allá de la que tú le las. Tu miedo le da el poder a quien te domina. Tu miedo es su miedo a que te levantes.

En realidad tú eres tu propio enemigo. Libértate del miedo y ganarás tu libertad. Ah!, y ten claro una cosa; ningún opresor, dictador, manipulador, o lo que sea que acabe en or, te dará la libertad. Tendrás que ganarla tú.

No me refiero al miedo que aún pervive en nuestro hipotálamo (millones de años de evolución para tan poco), al que busca nuestra supervivencia cuando se para a beber en un rio, al que nos hace salir corriendo marcando velocidades de las que no creíamos ser capaces, en medio, de una estepa, por un ruido que nos alerta de que algo va mal o puede ir mal.

No soy psicóloga, (ni pretendo hacer de ello), ni paleontóloga, ni nada de eso; pero, permitidme una licencia: vamos a llamar a uno el miedo intrínseco, el de supervivencia, el “racional”, el “bueno”, porque nos hace seguir vivo.

Al otro, al que me vengo a referir, voy a llamarle el miedo “malo”, el que nos paraliza, el que nos esclaviza, el que hace de nosotros muñecos de guiñapo en manos de quien nos tiene, el llamado reverencial, el irracional, el miedo a ser nosotros mismos.

Con lo de irracional tampoco quiero entrar, ni que nadie lo entienda así, a las fobias. Nada más lejos de mi intención. Por dios!. Y, si así fuera, es que me habría equivocado mucho, muchísimo al volcar este pensamiento en palabras escritas para compartirlo con….quien quiera leerlo hasta el final.

El miedo malo, el que nos atenaza, es aquel al que le damos nuestra libertad a una figura que por medio de manipular nuestras creencias, o modelarlas, o hacérnoslas tragar a la fuerza, lleguemos a la irremisible conclusión de que nuestros movimientos, pensamientos, incluso nuestra respiración, le pertenecen.

Y, no es verdad. Entérate. Y lo repito, tu único enemigo eres tú mismo que le has cedido tu libertad.
La única fuerza con la que cuenta un opresor es la de que creas que él – o ella-, tiene el poder, y que no te puedes levantar, liberarte de eso por los siglos. Porque siempre ha sido así, O porque, a partir de ese momento, así será.

Los humanos somos tan idiotas que científicamente lo tenemos probado y comprobado con animales. Como si nosotros no lo fuéramos.

Existe una fábula en la que se explica que a un elefante, ya desde pequeño, en un circo, se le ató una de sus pequeñas patas a una cadena de hierro y ésta a una estaca bien clavada en el suelo. Al principio, el pequeño elefante tiraba y tiraba, pero sin conseguir soltarse. Era pequeño, débil y aún no tendría la increíble fuerza de un elefante adulto.

El elefante creció, se hizo adulto, y siguió encadenado noche i día a la cadena, ya más grande, que rodeaba su enorme pata, sujeta al suelo por una pica de hierro. Pero él desconocía de su fuerza, porque hacía años que había renunciado a liberarse, a buscar su libertad, sin ataduras.

Un día, un niño al que no le gustaban los animales encerrados en jaulas (aunque estas fueran imaginarias), se apiadó de él y desenclavó la pica de hierro. Le costó. Tuvo que hacer mucha fuerza tirando hacia arriba de eso trozo de hierro. Pero lo consiguió, porque no era más que un trozo de hierro contra la voluntad del muchacho de dejar libre al enorme elefante, que le miraba con ojos de resignación.

Satisfecho, el muchacho acarició la trompa del animal, y se fue. El elefante no se movió. Ni se movería.

El domador había conseguido su objetivo hacía años: hacer creer al animal que no había escapatoria posible, que no tenía fuerzas. ¡Santo Cielo!. El elefante no era consciente de su fuerza, ni ya adulto. Sometido, humillado y encarcelado por miedo.

Porque esa es la única arma de la que disponen los opresores, los maltratadores de todo tipo: el miedo.

Te lo repito, y si pudiera hacerlo, lo haría una y mil veces hasta que esa falaz creencia que te metieron en la mollera se hiciera añicos: su única fuerza es tu miedo. El opresor no te dará nunca la libertad. La libertad te la tienes que ganar tú, porque es tuya, porque es tu derecho. Pero, solo lo conseguirás cuando venzas a tu propio miedo.

Cuando deja de haber miedo, deja de haber esclavitud.

Da un paso al frente: verás que no te caes por ningún precipicio. Hay tierra firme bajo tus pies. Aléjate de los convencionalismos, haz lo que siempre has querido hacer: verás que no ardes en una hoguera.

Es, demás, una pesada carga. Lo sé. Todos hemos tenido miedo a algo o a alguien en algún momento de nuestra vida. Pero, si cortas la cuerda y la dejas caer, además de sentir un alivio inmenso, se sentirás liberado.

Porque la libertad personal, y estar liberado como ser humano –de prejuicios, por ejemplo-, tal vez sean dos cosas distintas. Una consecuencia inexorable de la primera. Cómo un árbol que primero debe crecer con una fuertes raíces, y luego extender sus ramas.

Ser libre y estar liberado puede que sean cuestiones distintas.

Y tú, ¿Qué crees?.




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