lunes, 12 de febrero de 2018

EL SOLDADO Y LA MEDALLA


El soldado volvió de la última misión que sus superiores le habían encomendado. Recibió órdenes y las cumplió, como el resto de sus compañeros. Y le dieron una medalla por lo bien cumplidas que fueron las órdenes. Le dijeron que por su valor.

Lo enviaron a lo que le dijeron que era una guerra, una revuelta que había que atajar. No debía cuestionarse nada más. Lo habían entrenado para eso: para recibir órdenes y cumplirlas. Quienes eran los buenos y quienes los malos. Le habían entrenado a no pensar.

Ya había estado en otras misiones. Esta no fue distinta. O quizá sí.

Fue a la guerra y mató gente, pegó, disparó a todo aquel que se interpusiera entre él y su grupo y su objetivo: avanzar. No importaba quien estuviera delante. Avanzar, matar, pegar. Sin distinguir. Todos eran el enemigo.

Lo que al soldado no le explican es que esa gente “mala” cuando quieren hacerle daño, se defiende. Y le hirieron.

Durante los días que estuvo fuera de su casa pasó hambre, frio, y vivió arracimado con el resto de sus compañeros de la soldadesca.

Pero, a su vuelta le dieron una medalla por lo bien se cumplió las órdenes, por haber matado, apaleado y golpeado, sin discriminación y sin cuestionar por qué lo hacía. Eran órdenes.

En las horas de relevo, entre incursión e incursión, bebía junto a sus compañeros para pasar los largos ratos muertos.

Todos reían y hacían chascarrillos con poca fortuna y menos gracia, a la que los demás aplaudían, cogiendo el relevo uno después de otro para ver quién la decía más grande, más gorda y más bestia.

Él, nuestro soldado el que más, no vaya a ser que se note que tiene dudas de la misión. No dice nada para que no le tilden de cobarde, traidor, o, lo peor: de un no patriota.

Sabía lo que les pasaba a los que hacían preguntas, por pocas que fueran. Con sólo una bastaba. Ya quedaba tachado de contaminado por el enemigo.

Él no quería eso. Le daba pavor. Pero, había matado, saqueado, goleado, humillado y pisoteado todo lo que se la había puesto delante en el cumplimiento de su deber.

¿Era ese su deber? Cuando se alistó no todo era prácticas de tiro; también asistió a  clases teóricas, teóricamente, donde le decían que la función de un soldado era la de defender a la gente, a la gente desprotegida, desarmada. El ataque era para los invasores, para proteger a ese país al que amaba y a su gente.

También podrían enviarle a misiones en el extranjero,  a defender los derechos de gente que, como personas indefensas, no podían defenderse por sí solas, o porque su opresor era mucha más fuerte. Para restablecerla paz en tiempos de guerra.

Él era un patriota, quería a su país; pero de esta última misión, la visión de un niño ensangrentado, tirado en el suelo, al que dejaron allí mismo, al que no socorrieron porque la columna debía avanzar.
Cuando dormía, se sobresaltaba con la imagen del niño y su sangre. Sangre que dejaba ver unas marcas de unos de sus vehículos todo terreno.

No podía cuestionar la bondad de las órdenes recibidas porque sería inmediatamente proscrito. No podía decirle a nadie que no entendía el motivo de la misión, porque le habría llamado traidor.
¿Traidor a qué? ¿A sus moral? ¿A sus ideales? ¿A lo que consideraba justo? ¿A cuestionar una órdenes injustas? Pero. A perder su trabajo.

Así que, durante los meses que estuvo fuera de casa, cumpliendo la misión, cada noche se retiraba al campamento improvisado, comió las gachas que le pusieron, bebió y rio las hazañas del día que los otros contaban.

Ya de vuelta de todo aquello, ya en casa, pensó que solo fue la lejanía de los suyos que le había  hizo tambalear. Pero, viendo a su familia, a sus hijos le vinieron extrañas ideas la cabeza. Extrañas por nuevas hasta entonces: ¿y su hubieran sido a sus hijos, a su mujer, a su perro, a los que hubieran hecho el menor daño? Bah! ¿Por qué iba a ocurrir eso? .Ellos no eran malos. Pero, podrían ser víctimas colaterales, de esas que entran en las estadísticas frías como témpanos en los despachos y en los noticieros, porque la columna debía avanzar.

Se es un mal soldado, y un mal patriota si te cuestionas por qué te envían a una guerra, de la que no sabes nada, de la que no conoces sus motivos, de la que no sabes por qué a la gente a la que vas a pisotear levanta un palo o cogen una piedra porque es lo único que tiene para defenderse. A veces, ni piedra, y solo juntan sus manos como una cadena para impedir el paso de soldados al grito de “somos gente de paz”, “somos gente como vosotros”.

Al soldado le dieron una medalla. Fue bien recompensado.









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