El soldado volvió de la última
misión que sus superiores le habían encomendado. Recibió órdenes y las cumplió,
como el resto de sus compañeros. Y le dieron una medalla por lo bien cumplidas
que fueron las órdenes. Le dijeron que por su valor.
Lo enviaron a lo que le dijeron
que era una guerra, una revuelta que había que atajar. No debía cuestionarse
nada más. Lo habían entrenado para eso: para recibir órdenes y cumplirlas. Quienes
eran los buenos y quienes los malos. Le habían entrenado a no pensar.
Ya había estado en otras misiones.
Esta no fue distinta. O quizá sí.
Fue a la guerra y mató gente,
pegó, disparó a todo aquel que se interpusiera entre él y su grupo y su
objetivo: avanzar. No importaba quien estuviera delante. Avanzar, matar, pegar.
Sin distinguir. Todos eran el enemigo.
Lo que al soldado no le explican
es que esa gente “mala” cuando quieren hacerle daño, se defiende. Y le
hirieron.
Durante los días que estuvo fuera
de su casa pasó hambre, frio, y vivió arracimado con el resto de sus compañeros
de la soldadesca.
Pero, a su vuelta le dieron una
medalla por lo bien se cumplió las órdenes, por haber matado, apaleado y golpeado,
sin discriminación y sin cuestionar por qué lo hacía. Eran órdenes.
En las horas de relevo, entre
incursión e incursión, bebía junto a sus compañeros para pasar los largos ratos
muertos.
Todos reían y hacían chascarrillos
con poca fortuna y menos gracia, a la que los demás aplaudían, cogiendo el
relevo uno después de otro para ver quién la decía más grande, más gorda y más
bestia.
Él, nuestro soldado el que más,
no vaya a ser que se note que tiene dudas de la misión. No dice nada para que
no le tilden de cobarde, traidor, o, lo peor: de un no patriota.
Sabía lo que les pasaba a los que
hacían preguntas, por pocas que fueran. Con sólo una bastaba. Ya quedaba
tachado de contaminado por el enemigo.
Él no quería eso. Le daba pavor.
Pero, había matado, saqueado, goleado, humillado y pisoteado todo lo que se la
había puesto delante en el cumplimiento de su deber.
¿Era ese su deber? Cuando se
alistó no todo era prácticas de tiro; también asistió a clases teóricas, teóricamente, donde le
decían que la función de un soldado era la de defender a la gente, a la gente
desprotegida, desarmada. El ataque era para los invasores, para proteger a ese
país al que amaba y a su gente.
También podrían enviarle a misiones
en el extranjero, a defender los
derechos de gente que, como personas indefensas, no podían defenderse por sí
solas, o porque su opresor era mucha más fuerte. Para restablecerla paz en
tiempos de guerra.
Él era un patriota, quería a su
país; pero de esta última misión, la visión de un niño ensangrentado, tirado en
el suelo, al que dejaron allí mismo, al que no socorrieron porque la columna
debía avanzar.
Cuando dormía, se sobresaltaba
con la imagen del niño y su sangre. Sangre que dejaba ver unas marcas de unos
de sus vehículos todo terreno.
No podía cuestionar la bondad de
las órdenes recibidas porque sería inmediatamente proscrito. No podía decirle a
nadie que no entendía el motivo de la misión, porque le habría llamado traidor.
¿Traidor a qué? ¿A sus moral? ¿A
sus ideales? ¿A lo que consideraba justo? ¿A cuestionar una órdenes injustas?
Pero. A perder su trabajo.
Así que, durante los meses que
estuvo fuera de casa, cumpliendo la misión, cada noche se retiraba al
campamento improvisado, comió las gachas que le pusieron, bebió y rio las hazañas
del día que los otros contaban.
Ya de vuelta de todo aquello, ya
en casa, pensó que solo fue la lejanía de los suyos que le había hizo tambalear. Pero, viendo a su familia, a
sus hijos le vinieron extrañas ideas la cabeza. Extrañas por nuevas hasta
entonces: ¿y su hubieran sido a sus hijos, a su mujer, a su perro, a los que
hubieran hecho el menor daño? Bah! ¿Por qué iba a ocurrir eso? .Ellos no eran
malos. Pero, podrían ser víctimas colaterales, de esas que entran en las
estadísticas frías como témpanos en los despachos y en los noticieros, porque
la columna debía avanzar.
Se es un mal soldado, y un mal
patriota si te cuestionas por qué te envían a una guerra, de la que no sabes
nada, de la que no conoces sus motivos, de la que no sabes por qué a la gente a
la que vas a pisotear levanta un palo o cogen una piedra porque es lo único que
tiene para defenderse. A veces, ni piedra, y solo juntan sus manos como una
cadena para impedir el paso de soldados al grito de “somos gente de paz”, “somos
gente como vosotros”.
Al soldado le dieron una medalla. Fue bien recompensado.
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