Era la hora de comer, puntual a
las 2. La madre no se podía retrasar en esas cosas. Sabía que su marido se
enfadaba si la mesa no estaba puesta a esa hora. La niña se preguntaba qué importancia
tenía 5 o 10 minutos más, porque mamá hubiera tenido más trabajo; se podría haber
retrasado porque hubiera estado hablando con alguna amiga, con la vecina, o
jugando con ella y su hermano.
La niña lo había odio desde
siempre, aunque su siempre fuera era brevedad de 8 años. Y su madre se había
ocupado de inculcarles que no había que hacer enfadar a papá.
Así que todos puntuales alrededor
de la mesa puesta, para comer unas lentejas estofadas.
A diferencia de su hermano que se
arrasaba con todo cual carpanta, la niña era más lenta comiendo, y con el defecto
de ser habladora. Y, alrededor de la mesa era un buen momento para seguir
hablando, preguntado cosas, o haciendo observaciones que, no sabía por qué, molestaban
a sus mayores.
- Oye, mamá!, por qué yo tengo
que hace mi habitación y mi cama, y a mi hermano se la haces tú o me dices que
te ayude?.
- Mamá, por qué me mandas a mí a
poner la mesa y no le dices nada a mi hermano? Es mayor que yo. El plato con la
comida cliente, tan buena que haces, no aparece como por arte de magia encima
dela mesa.
- Por qué yo no tengo un
bicicleta y me dices que coja la de mi hermano? Y el cine-exit?. No, no es a medias,
es suyo.
La niña siempre había observado
que su papá cuando estaba en casa nunca hacía nada. Era cosa de su mujer.
Y, observaba como su mujer lo tenía
todo dispuesto, incluso ella, para su marido.
“Marido- esposa”, “hombre-mujer”,
esa relación la entendía la niña. La que no le cuadraba era la de “marido-mujer”, como si el status fuera
diferente.
El padre, ese día, como otros
muchos, parecía no estar de muy buen humor. Pero, la niña continuaba hablando,
a lo que la madre le respondía como en un rosario “come y calla”.
- No tengo mucha hambre. -respondió.
- Qué te lo tienes que comer todo!
-, y cogió la cuchara la llenó y se la llevó a la boca la niña.
- Es que en esta casa no se puede
estar tranquilo ni a la hora de comer!!!- gritó padre.
Y, de repente, como siempre, dio un
fuerte golpe con su puño cerrado en la mesa que hizo saltar todos los platos, y
la comida quedó esparcida por todo el suelo.
El hermano mayor no decía nada, mayor
que ella, “debe ser que aún era pequeño”, pensó. Lo que la niña tampoco comprendía
lo que había sucedido. Aunque ya se estaba acostumbrado a este tipo de escenas.
- Habéis hecho enfadar a papa. -recriminó
la madre, de forma sumisa.
- Pero, qué he hecho? -Dijo
desconcertada la niña.
-Siempre igual, haces enfadar a papá
con tus tonterías, y luego lo pagamos todos – al fin dijo su hermano.
- No pasa nada, lo recojo todo en
un momento- Dijo la madre.
El padre, después de su acceso de
ira, rabia, o lo que sea, se quedó retraído y en silencio un rato.
A la mañana siguiente la madre
apreció con un ojo hinchado.
- Qué te ha pasado en el ojo,
mamá?
- Pues, si las puertas te
golpeas, por qué no haces algo?
- Soy su mujer, y la mujer debe
seguir a su marido vaya donde vaya y haga o lo que haga.
-No lo entiendo, mamá. - replicó
la niña. Por qué? Por qué dejas que te golpeen las puertas? Por qué no puedas
hablar o salir con tus amigas? Por qué no podemos salir de paseo y volver un
poco más tarde? Por qué no te puede poner esa falda y esa blusa tan bonitas que te compraste? Por
qué cuando papá dice de ir a algún sitio tú no paras de trabajar para prepararlo
todo?. Por qué sigues con esas puertas? Por fuera son bonitas. Las visitas las
ven y dicen que son bonitas, pero no saben que cuando se cierra la puerta de
casa, son malas, te hacen daño, rompen cosas. Podemos irnos a otro sitio donde
haya otras puertas…o sin puertas (sonrió la pequeña).
-Porque soy su mujer y no estaría
bien visto que cambiara las puertas y todos supieran que las he cambiado o que
me he ido porque no soportaba ya las puertas. Dejaría en muy mal lugar a las
puertas, Qué pensaría la gente de ellas?
- No lo entiendo, y creo que no
te entenderé nunca. No es correcto. Tienes miedo mamá?
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