El procedimiento para formular conclusiones o leyes de funcionamiento (ya
sea en física, astrofísica o en sociología) empieza, necesariamente, con la
observación. En un análisis particular de la evolución de la sociedad en los
últimos, pongamos, treinta años, los cambios has sido demoledores, vertiginosos
e impensables, pero tozudamente conducentes a un mismo objetivo: el control de
la sociedad.
Cuando el filósofo griego Heráclito (540 a.C.-480 a.C.), formuló su ley de la
evolución constante, “todo fluye, todo cambia y nada permanece”, en mi modesta opinión no creo que se refiriera a la construcción de
un paradigmático mundo feliz a la
medida de una élite dominante (Huxley, 1894-1963), sino en la personal y, por
ende, de la sociedad, hacia una mayor madurez, respeto hacía tus conciudadanos
y hacía el entorno donde se habita.
Permítame el lector una breve anécdota antes de proseguir con este artículo
de opinión. Era estudiante de Derecho y volvía en tren para pasar en casa el
fin de semana. El vagón lleno de pasajeros sentados en los asientos de escay,
algunos agujereados, frio o enganchoso según la época del año. Un par de
asientos más adelante del que yo ocupaba, un joven estaba explicando su vida
como militar. Boina verde, dijo. Su tono era alto y contundente: “¿os creéis
que controláis algo?. Todas estas libertades, manifestaciones en reclamación de
derechos, se acabarán cuando ellos
quieran”.
En la actualidad, inmersos en una crisis económica y de valores sin
precedentes, se ha desvanecido esa falsa sensación de libertad. Habíamos
hipotecado nuestras alas de la verdadera libertad como individuos a cambio de
las promesas de falsos profetas, y de una falsa comodidad en nuestras vidas.
Cuando un imperio o sistema cae o llega a su colapso, deviene el caos por
un cierto tiempo. Es una de sus primeras consecuencias, en esta ocasión muy
medida y planificada desde hace décadas por aquellos que detentan realmente el
poder. Hasta ahora, nos habían
hecho creer que a este sistema caduco se le estaba cosiendo parches en sus
harapos.
En esta nueva crisis los enemigos no son hordas de guerreros bárbaros. El
enemigo es invisible.
Heráclito
también dijo que “la guerra es la madre
de todas las cosas”, en un proceso eterno de cambio para que todo se
mantenga igual. Los imperios, los gobiernos, los poderes, las élites
gobernantes necesitan de un nacimiento y destrucción constante para
perpetuarse. Siempre necesitan de un contrario, de un enemigo para justificar
su propia existencia.
Se
habla del Nuevo Orden Mundial, donde le nuevo sistema (como siempre), afloja la
cuerda invisible con la que ata a todos sus súbditos (no ciudadanos) alrededor
del cuello y que aprietan o aflojan según convengan, con lo que la masa sigue
anestesiada, conformista y sin revelarse, crisis tras crisis, en un proceso
imparable de involución.
Y,
¿qué mejor manera de ejercer un control mundial que “luchar” contra un enemigo invisible?.
Un control ejercido por el miedo.
Nada
nuevo. Maquiavelo (1469-1527), en su obra “El
Príncipe”, aconseja al Lorenzo II de Médici que, para mantenerse en el
poder, sus súbditos le debían tener, no querer. El miedo paraliza cualquier
acto de rebeldía.
El
sistema, siempre piramidal, necesita esclavos. Es la esclavitud moderna. A
cualquier sistema le resulta más rentable tener “ciudadanos” en vez de
“súbditos”, “hombres libres” con derechos y libertades sobre el papel, que
esclavos como clase social, mejor dicho, la no clase. Se ha construido una
sociedad individualista y egocéntrica,
preocupada más por el tener que por el ser, por el aparentar que por la
integridad.
La
agenda política tiene un punto clave para conseguir los fines que se ha propuesto:
control. Todo lo que está sucediendo de forma periódica y metódica es para
reducir en cada crisis derechos y libertades del gran rebaño mundial. Donde la
disidencia (como contrapoder) está controlada y auspiciada por el mismo poder.
El
día en que cambió el mundo que conocimos, donde nos sentíamos seguros por su
reflejo de falsa inmutabilidad, aparece la incertidumbre, controlada y dirigida
por la élite gobernante.
Preocupados
por un futuro incierto, pero obedientes ciudadanos confinados, manipulados, ya
no subliminalmente sino con todo descaro, con un avalancha de información, (unas
contradictorias a otras) que nuestro cerebro no puedo procesar para separar la
paja del grano.
Nos
acostumbramos a todo, inclusos a un confinamiento impuesto, pero voluntario por
el bien común, que más se asemeja a un arresto domiciliario. Cambiamos nuestro
ritmo de vida alocado, donde no había tiempo para nada ni para nadie, por otro
tiempo ralentizado para estar con tu familia y hacer esas cosas que antes no
podías hacer. Ninguna de las dos posiciones es sí mismas son malas, salvo por el hecho que el producto
eres tú, moldeado en la escuela y la universidad. Vivimos al ritmo que nos
marca el amo.
Surgen
propósitos de enmienda, de volver la vista a los valores básicos e inmutables
en los siglos, los que anclan a todo ser humano a la Tierra. No valorábamos lo
que teníamos. Los valores de respecto al prójimo, de ayuda mutua, de saber que
se forma parte de un colectivo, de respetar tu entorno, dentro de una filosofía
naturalista no tiene en cuenta las banderas, las creencias religiosas, etc.
¿Cuántos
mantendrán ese propósito cuándo vuelvan a estar sentados en la terraza de un
bar? Muchos vamos por esta senda, otros se unirán; la mayoría adoctrinada, me
temo, quedará encandilada por las baratijas que brillan al sol, a cambio de
quedar despojados de lo que realmente tenían de valor.
Desconocemos
la fuerza que tenemos todos los que formamos su base, imbuidos por sentimiento
de miedo arraigado, de discrepancias entre nosotros mismos, alentados por falsa
promesas de cambio.
Quiero
acabar con una idea y una pregunta:
La
idea: cuando dejas de tener miedo, vuelves a recuperar tu libertad, que habías
cedido, perdiendo el gobernando el control sumiso.
La
pregunta: ¿te has preguntado alguna vez qué pasaría si se quitase algunas de
las piedras que sustentan la base de la pirámide?.
*
Artículo publicado en el núm. 2 de la Revista
Identidad, https://bit.ly/2YuceXo en
la que tengo el gusto de colaborar. Quien me conozca se puede sorprender de que
colabore una revista con una línea marcadamente conservadora. La razón es sencilla:
el respeto a la libertad de pensamiento y de opinión, y la convergencia en el
sustrato de valores que compartimos, si bien, a veces partiendo de premisas
diferentes. El editor, conocedor de mi manera de pensar, me invitó a participar
sin ningún tipo de censura en mis colaboraciones. La grandeza del respecto mutuo
a la diferencia de pensamiento, creencias religiosas, ideas políticas o
posicionamiento ante la vida, sin imposición de una a otra, es algo de un
inconmensurable valor en sí mismo,
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