miércoles, 1 de julio de 2020

¿ESTÁN EN PELIGRO NUESTROS DERECHOS FUNDAMENTALES?



Cuando el Presidente del Gobierno anunció la entraba en vigor el Real Decreto 463/2020, por el que se decretaba el estado alarma, a partir del 15 de marzo, no me causó ninguna extrañeza, dada la gravedad de la situación de crisis sanitaria en la que estamos inmersos.

Lo que hicieron saltar todas mis alarmas como ciudadana y como abogada durante 15 años fue la coletilla, esas pequeñas palabras o frases que se dicen rápido después de un largo discurso vacuo, con una clara intención de que pasen inadvertidas: “en la salvaguarda siempre de nuestros derechos fundamentales, es especial, el de circulación y de reunión”.

Durante estas semanas hemos sido informados, diligentemente, por todas las autoridades competentes (eso sí, centralizadas) de las multas que agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad imponían por incumplir o “saltarse” las restricciones reguladas en el mencionado Real Decreto.

En medio de una rueda de prensa, ministra competente soltó, en medio de una perorata soporífera, tres palabras clave: “activar el sistema de seguimiento” (en los Smartphone). Eso no me sorprendió, dado que el Estado cuenta con un software de seguimiento y control de todas nuestras comunicaciones e interacciones personales llamado Sitel, desde hace ya unos cuantos años. Como ocurre a nivel mundial.

De todo lo anterior, les emplazo a que busquen en las hemerotecas.

Pero, no me quiero desviar del tema, en sí mismo complejo y de mayor gravedad de la que los mass media, altavoces de la posverdad oficial que llega a la ciudadanía de una manera machacona, tanto por las leyes y normas que entran en juego, su correcta interpretación y su buen uso o abuso y que, en mi  modesta opinión, se han utilizado para suprimir de forma inconstitucional derechos fundamentales: el de libertad de circulación, de reunión, manifestación, por mencionar algunos.

El art 116 de la Constitución española establece que los estados de alarma, excepción y sitio deberán ser regulador por una Ley Orgánica, que es la 4/1981.

El artículo 11 de la Ley Orgánica 4/1981, regula que en un estado de alamar “se podrán acordar medidas como limitar la circulación permanencia de personas y vehículos en horas y lugares determinados, o condicionarlas a la cumplimente ciertos requisitos”.

Sin embargo, lo que el ejecutivo central ha hecho, con la posterior aquiescencia de todo el arco parlamentario, es suprimir los derechos de reunión y libre circulación con carácter general, permaneciéndonos salir a la calle en ciertos supuestos como númerus clausus (de sobra conocidos por todos, a estas alturas), recogido en el artículo 7.

En concreto, los derechos fundamentales de libertad de circulación y reunión sólo pueden ser suspendidos a través del estado de excepción, mucho más restrictivo en los supuestos en que se debe regular, tiempo de duración y control por parte del Congreso.

Dicho al revés, bajo el paraguas de la declaración del estado de alarma no se permite la supresión de ninguno de nuestros derechos fundamentales.

Es cierto que dentro de los supuestos en que es procedente decretar el estado de alarma es por motivos sanitarios o de salud pública. Aquí, me remito a lo regulado por la Ley Orgánica 3/1986, de 14 de abril, de medidas especiales en materia de salud pública.

Para cerrar el paquete legislativo, no quiero que se quede en el tintero la Ley Orgánica 4/2015, de 30 de marzo, de protección de la seguridad ciudadana, más conocida como “Ley Mordaza”.

En ningún momento pongo en duda la necesidad de que se tomaran medidas para garantizar la salud pública. Lo que pongo en duda, es más, crítico la vía por la que se ha actuado, a todas luces inadecuada, extralimitándose en sus funciones. ¿Acaso utilizar los cauces adecuados sería una acto de trasparencia democrática que sentaría un mal precedente? ¿Tal vez no se ha tenido el valor político de explicar a la ciudadanía que ante la gravedad de la pandemia, debía acudir a la implementación de un estado de excepción?

Lo han hecho, tarde, mal y por la puerta trasera.

Para concluir, tengo serias dudas sobre la validez de todas las sanciones impuestas durante este periodo. Algunas ya han sido declaradas nulas por algunas Delegaciones del Gobierno. Habrá que esperar la casuística cuando lleguen a instancias judiciales.


artículo escrito el 22/04/2020




Artículo publicado en el núm. 3 de la Revista Identidadhttps://bit.ly/2Zl9NVW en la que tengo el gusto de colaborar. Quien me conozca se puede sorprender de que colabore una revista con una línea marcadamente conservadora. La razón es sencilla: el respeto a la libertad de pensamiento y de opinión, y la convergencia en el sustrato de valores que compartimos, si bien, a veces partiendo de premisas diferentes. El editor, conocedor de mi manera de pensar, me invitó a participar sin ningún tipo de censura en mis colaboraciones. La grandeza del respecto mutuo a la diferencia de pensamiento, creencias religiosas, ideas políticas o posicionamiento ante la vida, sin imposición de una a otra, es algo de un inconmensurable valor en sí mismo.

lunes, 1 de junio de 2020

MORIR EN SOLEDAD


Y llegaron las primeras cifras, las primeras estadísticas, después de que dejarán de ser un resfriado común. La mayoría de fallecidos eran personas mayores.

Y respiramos internamente los que no nos hemos hecho unos niños grandes con el paso del tiempo. A los niños de corta edad no les afectaba. Por el contrario eran los que más podrían contagiar.

En fin, son mayores, abuelos y abuelas, padres y madres de alguien. ¿Qué le íbamos a hacer? Ya habían vivido su vida, ¿no?

Si al lector no le gusta lo que digo hasta aquí, le animo a que no siga leyendo, porque menos le va a gustar lo que sigue. Si lo hace, bien. Y le agradeceré la lectura hasta el final. Ni una cosa ni la otra es mala ni buena. Es su decisión.



Un virus selectivo que se lleva por delante a la población que ya no es productiva y que le cuesta al Estado un dinerito en pensiones. Bueno, al fin y al cabo, eran viejos.

Nuestros mayores, los más afectados por el Covid19 han muerto SOLOS. Y, lo hemos consentido. Sí, no hay otra palabra para definirlo mejor. Como obediente ovejas del gran rebaño.

HEMOS CONSENTIDO que nuestros mayores, nuestra familia, que perdieron su batalla ante el enemigo invisible, hayan estado SOLOS en los últimos momentos de su lucha.

Desde el primer minuto en que se decidió el “cierre de puertas”, la consigna fue clara: no se permiten acompañantes, para evitar más contagios. ¡Qué gran falacia!

Digan que por falta  de medios: de batas,  de gorros, de mascarillas,…De todo ese material desechable que se usaba para entrar y visitar a un enfermo diagnosticado con una enfermedad contagiosa. No hace tanto. Claro!, eso pasada en la antigua realidad, no en la nueva.

¿Cuándo no se ha podido entrar a acompañar a un familiar, amigo, diagnosticado con una enfermedad contagiosa, debidamente protegido?

Es cierto que faltaban material sanitario básico, (ese se nos ha dicho), por falta de previsión, o del motivo que sea del que alguien es responsable. Ha faltado para el personal sanitario que está en primera línea, convirtiéndose ellos y los hospitales en uno de los centros de mayor foco de infección. La línea Maginot de la nueva guerra.

Pero, ese es otro tema que merece ser tratado aparte. Falta de previsión falta de toma de decisiones inteligentes. Toda la versión oficial de los hechos, de la historia que se quiera y más. Yo, lo siento, no me lo trago.

La población también hemos tenido que inventarnos mascarillas caseras para nuestra autoprotección.
¿Qué Estado es este que deja a su suerte a toda la población, sana, asintomática o enferma?

Pero, volvamos al tema. Las autoridades han dicho y han decidido. Y nosotros hemos consentido, hemos dejado morir en la mayor de las soledades a las personas que pasaron una guerra, una postguerra, una dictadura, que se destrozaron la salud trabajando parar prosperar ellos y sus familias, nosotros sus hijos y nietos. Y, de paso, el país.

¿Cómo lo hemos agradecido? Cumpliendo con una consigna indignante.
No soy quien para decir cómo se debería haber reaccionado la gente a la que le ha tocado perder a un ser querido en estas circunstancias. Ellos mismos no han podido despedirse, Y, eso, psicológicamente pesa y pesará mucho más que en un duelo normal.

Sí puedo decir lo que yo hubiera hecho: hubiera estado allí, bajo mi responsabilidad, firmando todas las declaraciones de excepción de responsabilidad que hubiera hecho falta; buscándome la vida para conseguir esas medidas de seguridad básicas que ahora se vende a precio de oro. Pueden que me hubieran tenido que sacar a la fuerza. Puede que me hubieran echado. Pero, nunca, acatado sin más órdenes que, hasta un soldado en estado de guerra puede y debe desobedecer cuando van en contra sus creencias, de la moral, la ley o derechos fundamentales.

No nos podemos amparar en el “hemos cumplido órdenes”. Hemos sido cómplices. Ya no le eches la culpa al gobierno, el estado el decreto de estado de alarma…No. Aquí el responsable hemos sido cada uno de nosotros. Y, ya no me refiero a la masa social maleable que sale a aplaudir a los balcones. Ya no me refiero a la cobardía que como colectivo nos han inoculado, ni al hecho de que nadie va a levantar la voz a sabiendas de que se va quedar solo.

Y, ¿si hubieran sido los niños el segmento de la población al que este maldito bicho atacaba con más ahínco? ¿Hubiera habido más protestas, manifestaciones? ¿Los padres se hubieran unido y se hubiera llamado a la desobediencia civil? Esos mismos padres, hijos de otros padres. Es cierto. El tema es delicado, ya que no hay imágenes más aterradoras que la de un niño enfermo, el mayor de los inocentes en un conflicto bélico. Algo en nuestro interior, de forma innata, tiende a protegerlos. Hablando en términos de fría sociología, son nuestro u futuro. Y, la pérdida de un hijo de corta edad, que apenas ha comenzado a dar sus primeros pasos en este incierto Mundo es un golpe mucho más duro que el traspaso a otra vida u otro mundo de alguien de setenta u ochenta años. Pero, nos estamos pasando por alto algo sagrado: el derecho a la vida de TODOS, y llegado el momento, el derecho a una muerte digna.

Les hemos quitado lo último que a un ser humano se le puede quitar en sus últimos momentos en este mundo. Su dignidad ante la muerte.

Otro experimento social que ha sido resuelto con éxito.

Un virus muy selectivo que deja nuestras consciencias tranquilas.
11/05/2020




Artículo publicado en el núm. 3 de la Revista Identidadhttps://bit.ly/36NCNsM en la que tengo el gusto de colaborar. Quien me conozca se puede sorprender de que colabore una revista con una línea marcadamente conservadora. La razón es sencilla: el respeto a la libertad de pensamiento y de opinión, y la convergencia en el sustrato de valores que compartimos, si bien, a veces partiendo de premisas diferentes. El editor, conocedor de mi manera de pensar, me invitó a participar sin ningún tipo de censura en mis colaboraciones. La grandeza del respecto mutuo a la diferencia de pensamiento, creencias religiosas, ideas políticas o posicionamiento ante la vida, sin imposición de una a otra, es algo de un inconmensurable valor en sí mismo.


viernes, 1 de mayo de 2020

ESCLAVITUD MODERNA






El procedimiento para formular conclusiones o leyes de funcionamiento (ya sea en física, astrofísica o en sociología) empieza, necesariamente, con la observación. En un análisis particular de la evolución de la sociedad en los últimos, pongamos, treinta años, los cambios has sido demoledores, vertiginosos e impensables, pero tozudamente conducentes a un mismo objetivo: el control de la sociedad.

Cuando el filósofo griego Heráclito (540 a.C.-480 a.C.), formuló su ley de la evolución constante, “todo fluye, todo cambia y nada permanece”, en mi modesta opinión no creo que se refiriera a la construcción de un paradigmático mundo feliz a la medida de una élite dominante (Huxley, 1894-1963), sino en la personal y, por ende, de la sociedad, hacia una mayor madurez, respeto hacía tus conciudadanos y hacía el entorno donde se habita.

Permítame el lector una breve anécdota antes de proseguir con este artículo de opinión. Era estudiante de Derecho y volvía en tren para pasar en casa el fin de semana. El vagón lleno de pasajeros sentados en los asientos de escay, algunos agujereados, frio o enganchoso según la época del año. Un par de asientos más adelante del que yo ocupaba, un joven estaba explicando su vida como militar. Boina verde, dijo. Su tono era alto y contundente: “¿os creéis que controláis algo?. Todas estas libertades, manifestaciones en reclamación de derechos, se acabarán cuando ellos quieran”.

En la actualidad, inmersos en una crisis económica y de valores sin precedentes, se ha desvanecido esa falsa sensación de libertad. Habíamos hipotecado nuestras alas de la verdadera libertad como individuos a cambio de las promesas de falsos profetas, y de una falsa comodidad en nuestras vidas.
Cuando un imperio o sistema cae o llega a su colapso, deviene el caos por un cierto tiempo. Es una de sus primeras consecuencias, en esta ocasión muy medida y planificada desde hace décadas por aquellos que detentan realmente el poder. Hasta ahora, nos habían hecho creer que a este sistema caduco se le estaba cosiendo parches en sus harapos.

En esta nueva crisis los enemigos no son hordas de guerreros bárbaros. El enemigo es invisible.

Heráclito también dijo que “la guerra es la madre de todas las cosas”, en un proceso eterno de cambio para que todo se mantenga igual. Los imperios, los gobiernos, los poderes, las élites gobernantes necesitan de un nacimiento y destrucción constante para perpetuarse. Siempre necesitan de un contrario, de un enemigo para justificar su propia existencia.

Se habla del Nuevo Orden Mundial, donde le nuevo sistema (como siempre), afloja la cuerda invisible con la que ata a todos sus súbditos (no ciudadanos) alrededor del cuello y que aprietan o aflojan según convengan, con lo que la masa sigue anestesiada, conformista y sin revelarse, crisis tras crisis, en un proceso imparable de involución.

Y, ¿qué mejor manera de ejercer un control mundial que “luchar” contra un enemigo invisible?. Un control ejercido por el miedo.

Nada nuevo. Maquiavelo (1469-1527), en su obra “El Príncipe”, aconseja al Lorenzo II de Médici que, para mantenerse en el poder, sus súbditos le debían tener, no querer. El miedo paraliza cualquier acto de rebeldía.

El sistema, siempre piramidal, necesita esclavos. Es la esclavitud moderna. A cualquier sistema le resulta más rentable tener “ciudadanos” en vez de “súbditos”, “hombres libres” con derechos y libertades sobre el papel, que esclavos como clase social, mejor dicho, la no clase. Se ha construido una sociedad individualista  y egocéntrica, preocupada más por el tener que por el ser, por el aparentar que por la integridad.

La agenda política tiene un punto clave para conseguir los fines que se ha propuesto: control. Todo lo que está sucediendo de forma periódica y metódica es para reducir en cada crisis derechos y libertades del gran rebaño mundial. Donde la disidencia (como contrapoder) está controlada y auspiciada por el mismo poder.

El día en que cambió el mundo que conocimos, donde nos sentíamos seguros por su reflejo de falsa inmutabilidad, aparece la incertidumbre, controlada y dirigida por la élite gobernante.

Preocupados por un futuro incierto, pero obedientes ciudadanos confinados, manipulados, ya no subliminalmente sino con todo descaro, con un avalancha de información, (unas contradictorias a otras) que nuestro cerebro no puedo procesar para separar la paja del grano.

Nos acostumbramos a todo, inclusos a un confinamiento impuesto, pero voluntario por el bien común, que más se asemeja a un arresto domiciliario. Cambiamos nuestro ritmo de vida alocado, donde no había tiempo para nada ni para nadie, por otro tiempo ralentizado para estar con tu familia y hacer esas cosas que antes no podías hacer. Ninguna de las dos posiciones es sí mismas  son malas, salvo por el hecho que el producto eres tú, moldeado en la escuela y la universidad. Vivimos al ritmo que nos marca el amo.

Surgen propósitos de enmienda, de volver la vista a los valores básicos e inmutables en los siglos, los que anclan a todo ser humano a la Tierra. No valorábamos lo que teníamos. Los valores de respecto al prójimo, de ayuda mutua, de saber que se forma parte de un colectivo, de respetar tu entorno, dentro de una filosofía naturalista no tiene en cuenta las banderas, las creencias religiosas, etc.

¿Cuántos mantendrán ese propósito cuándo vuelvan a estar sentados en la terraza de un bar? Muchos vamos por esta senda, otros se unirán; la mayoría adoctrinada, me temo, quedará encandilada por las baratijas que brillan al sol, a cambio de quedar despojados de lo que realmente tenían de valor.

Desconocemos la fuerza que tenemos todos los que formamos su base, imbuidos por sentimiento de miedo arraigado, de discrepancias entre nosotros mismos, alentados por falsa promesas de cambio.
Quiero acabar con una idea y una pregunta:

La idea: cuando dejas de tener miedo, vuelves a recuperar tu libertad, que habías cedido, perdiendo el gobernando el control sumiso.

La pregunta: ¿te has preguntado alguna vez qué pasaría si se quitase algunas de las piedras que sustentan la base de la pirámide?.




* Artículo publicado en el núm. 2 de la Revista Identidad, https://bit.ly/2YuceXo en la que tengo el gusto de colaborar. Quien me conozca se puede sorprender de que colabore una revista con una línea marcadamente conservadora. La razón es sencilla: el respeto a la libertad de pensamiento y de opinión, y la convergencia en el sustrato de valores que compartimos, si bien, a veces partiendo de premisas diferentes. El editor, conocedor de mi manera de pensar, me invitó a participar sin ningún tipo de censura en mis colaboraciones. La grandeza del respecto mutuo a la diferencia de pensamiento, creencias religiosas, ideas políticas o posicionamiento ante la vida, sin imposición de una a otra, es algo de un inconmensurable valor en sí mismo,


domingo, 9 de febrero de 2020

Jueves, 16 de febrero de 2017

Son las nueve de la noche. He llegado a casa hace media hora y me he estirado en la cama.

Suena el móvil. Alguien que se presenta como la doctora “nosequé” dice mi nombre en un tono bajo, como aquél que sabe que va a dar una mala noticia, de esas que no hay forma de darlas. ”Siento comunicarle que su madre ha muerto”.

Salté de la cama gritando: “debería haber estado allí”. Me vestí como una loca repitiendo “debería haber estado allí”. Mientras, mi compañero en la vida desde hace unos meses me miraba, también se vestía, a la vez que intentaba calmarme.

Salí corriendo. Sabía que él venía detrás, pero no lo esperaba. Corría, corría. “Debería haber estado allí”. Hacía media hora que había vuelto del hospital, después de pasar la tarde haciendo gestiones. De vuelta, un impulso me hizo entrar en la rectoría para hablar con el párroco de la iglesia donde quería que se oficiara el funeral, porque era la más bonita de la ciudad. Llevábamos tres meses de agonía, pero fue esa la tarde en que visité al párroco.

Llegué sin aliento a la residencia hospitalaria. Y seguía gritando: ”debería haber estado allí, debería haber estado allí”.

En la esquina de la habitación, en una silla, sin moverse, estaba mi padre.

En la cama del  hospital, el rostro sereno sin vida de mi madre. La abracé.

Unas manos cariñosas y compresivas quisieron cogerme por los hombros, pero yo los rechacé, rota de dolor.

La aprensión que siempre había tenido a ver un cadáver ya no existía. Esta vez la muerte no se había paseado por la calle de al lado. Esta vez no era otro el muerto. Esta vez era mi madre.

Miraba su cara, su cuerpo. Sobre todo su cara. ¡Qué cosa tan curiosa! El halo de vida que sentido a todo se había ido. Ella se había ido. Cansada, enferma, después de una vida con más sufrimiento que alegrías, sacando fuerzas de flaquezas y tirando de todos nosotros. Se fue.

Y, a partir de ese momento, empezaría el vacío para los vivos de este mundo.

Su rostro estaba sereno, pero diferente. Ya no estaba allí. Descansaba dios sabe dónde, y deseé con toda mi alma que desde ese primer segundo en que nos dejó encontrara la paz y la felicidad que poco encontró aquí.

Era raro, extraño, diferente, ver el rostro de mi madre muerta, tantas veces visto, pero ahora  tan diferente. Se me escapaba de la comprensión y se me escapará siempre. Esa imagen me acompañará en mi memoria, aun sabiendo que se diluirá con el tiempo, ahora tan nítida.

Un pálpito interior muy fuerte me decía que murió a los cinco o diez minutos de abandonar la habitación y dejará allí a mi padre, que hacía poco que había llegado.

Esa media hora que tardé en recibir la llamada fue lo que tardó la enfermera en entrar en la habitación, haciendo su ronda habitual. Se acercó a la esquina donde estaba sentado su marido y le dijo “voy a avisar al médico, su mujer ha fallecido”. Eso me dijo.

Si se había dado cuenta o no, ni lo sé ni ya importa. Lo que tengo claro, es que él entró en la habitación, se sentó en la silla y de allí no se movió hasta que yo llegué de nuevo. No me extrañé. Es su manera de estar, no sabe otra. Si ni siquiera le cogió la mano cuando ella alguna vez se la había tendido, en sus últimos meses de entradas y salidas del hospital. Es su manera de intentar huir del dolor; no sabe otra. Llegó y se sentó. Nada más.

Epílogo

Ves, mamá, como te equivocabas. “Sin mí, no durará mucho”, solías decir. Ahí sigue, desprovisto de la fuerza bruta que hacía valer, no es más que un viejo que reclama atención y que sabe que ya no puede hacer la suya. Y, el caso es, mamá, que cuando muera, le lloraré.

Me quedo con  nuestros tres últimos días de abrazos y besos. Nos despedíamos. De vez en cuando, tú me apartabas porque te abrazaba demasiado fuerte y necesitabas respirar. A los pocos minutos, cuando recuperabas unas migajas de fuerza me volvías a tender la mano, que yo cogía entre las mías, y nos mirábamos a los ojos, sin decir palabra, pero diciendo mucho con el corazón y entendiéndolo todo. Ese recuerdo siempre ha sido un bálsamo para mi alma. En realidad, me quedo con todo. Porque ese todo forma parte de mí.



¿ESTÁN EN PELIGRO NUESTROS DERECHOS FUNDAMENTALES?

Cuando el Presidente del Gobierno anunció la entraba en vigor el Real Decreto 463/2020, por el que se decretaba el estado alarma, a partir...