1 de julio de 1898. Filipinas. Isla de Luzón. Pueblo de Baler.
Los soldados que formaban
el destacamento del ejército español (un capitán, dos tenientes, un oficial médico y entre 46/51 soldados
según las fuentes) se atrincheran dentro de la Iglesia ante el ataque de los
rebeldes zagalos.
13 de agosto de 1898. París. Firma del Tratado de capitulación del
España, por el que cede a los Estados Unidos Filipinas, Cuba y Puerto Rico.
2 de junio de 1899. Iglesia de San Luís de Tolosa (Baler).
El único oficial superviviente firma la rendición, después de 337 días de
asedio/resistencia/beriberi/disentería/deserciones/y dos fusilamientos por
deserción, ante las autoridades filipinas, al “creerse” la veracidad de la
noticia. Salen junto a él 33 harapientos soldados.
Tras la muerte del capitán, es el teniente Martín Cerezo quien asumió el
mando, y mantuvo la defensa de las míseras cuatro paredes porque era territorio
del imperio español- o lo que quedaba de él-, manteniendo una férrea disciplina
a la espera de la llegada de refuerzos.
Todas las noticias de la rendición del Gobierno de la metrópoli de Madrid
eran meras artimañas para que depusieran las armas. Ni en prensa escrita ni
emisarios. Todo falso.
Las crónicas cuentan que hasta en 5 intentos, aunque sólo él último de
ellos por parte del gobierno de Madrid, que hasta entonces no había hecho ni
dicho nada.
Irónicamente, el teniente capituló al ver una pequeña reseña de una noticia
en el último de los periódicos que les dejaron a las puertas de la iglesia. La
noticia era la del traslado de un compañero suyo a Málaga. Todo lo demás hasta
entonces, era o podía ser falso.
1 de abril de 1899. Entrada en vigor del Tratado de París. Los filipinos, antes abastecidos por el gobierno
de EEUU, ahora luchan contra él. España había vendido 20 millones de pesetas lo
que era su territorio colonial de las Islas.
El precio del patriotismo de la
época era de 15.000 reales (lo que equivaldría a 1.500-2.000 ptas. o 250-300 €
actuales) y un sustituto. Dinero, (mucho para la época), y otro pobre
desgraciado para fuera como soldado. Era el precio que el gobierno español puso
para que el llamado a filas pudiera eludir su “compromiso” con la patria y su
imperio decadente, miope, inoperante e incompetente. Por eso todos los
soldados, el ejército (salvo los oficiales de carrera militar), la formaron pobres
y analfabetos, lo que viene a ser la mayoría de la gente.
Se conservan muchas cartas enviadas desde las Colonias de ultramar, incluso algunas del grupo de soldados de
Baler. Todas con la misma letra. Solía ser un oficial o el médico quien les
escribía las cartas a las familias de muchachos que habían pasado de jornalero
a soldados sin saber muy bien cómo – la alternativa era mucho peor-, y todo lo
que sabían del mundo era que los habían metido en un barco y los habían dejado
en medio de una espesa foresta.
Así salieron los “Últimos de
Filipinas”: con honores por parte del gobierno republicano recien
instaurado en Manila, y el olvido del español.
Todo lo hasta aquí contado son los hechos y datos históricos registrados.
Esta pequeña historia es más conocida como “los últimos de Filipinas”, y mucho tiempo después utilizada para ejemplificar el patriotismo español mucho después de dejar de ser potencia colonial. Incluso hay quien la tilda de ejemplar página bélica española.
Nunca fueron héroes, ni se les trató como tal por parte de esa patria que los olvidó en vida y utilizó su historia, maquillándola convenientemente, como suele ocurrir, para henchir un espíritu patriótico, cuando no queda nada más que una exasperante obcecación.
Eran hombres simples y sencillos obligados a ir a una guerra de la que ni sabían su nombre.
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