lunes, 1 de junio de 2020

MORIR EN SOLEDAD


Y llegaron las primeras cifras, las primeras estadísticas, después de que dejarán de ser un resfriado común. La mayoría de fallecidos eran personas mayores.

Y respiramos internamente los que no nos hemos hecho unos niños grandes con el paso del tiempo. A los niños de corta edad no les afectaba. Por el contrario eran los que más podrían contagiar.

En fin, son mayores, abuelos y abuelas, padres y madres de alguien. ¿Qué le íbamos a hacer? Ya habían vivido su vida, ¿no?

Si al lector no le gusta lo que digo hasta aquí, le animo a que no siga leyendo, porque menos le va a gustar lo que sigue. Si lo hace, bien. Y le agradeceré la lectura hasta el final. Ni una cosa ni la otra es mala ni buena. Es su decisión.



Un virus selectivo que se lleva por delante a la población que ya no es productiva y que le cuesta al Estado un dinerito en pensiones. Bueno, al fin y al cabo, eran viejos.

Nuestros mayores, los más afectados por el Covid19 han muerto SOLOS. Y, lo hemos consentido. Sí, no hay otra palabra para definirlo mejor. Como obediente ovejas del gran rebaño.

HEMOS CONSENTIDO que nuestros mayores, nuestra familia, que perdieron su batalla ante el enemigo invisible, hayan estado SOLOS en los últimos momentos de su lucha.

Desde el primer minuto en que se decidió el “cierre de puertas”, la consigna fue clara: no se permiten acompañantes, para evitar más contagios. ¡Qué gran falacia!

Digan que por falta  de medios: de batas,  de gorros, de mascarillas,…De todo ese material desechable que se usaba para entrar y visitar a un enfermo diagnosticado con una enfermedad contagiosa. No hace tanto. Claro!, eso pasada en la antigua realidad, no en la nueva.

¿Cuándo no se ha podido entrar a acompañar a un familiar, amigo, diagnosticado con una enfermedad contagiosa, debidamente protegido?

Es cierto que faltaban material sanitario básico, (ese se nos ha dicho), por falta de previsión, o del motivo que sea del que alguien es responsable. Ha faltado para el personal sanitario que está en primera línea, convirtiéndose ellos y los hospitales en uno de los centros de mayor foco de infección. La línea Maginot de la nueva guerra.

Pero, ese es otro tema que merece ser tratado aparte. Falta de previsión falta de toma de decisiones inteligentes. Toda la versión oficial de los hechos, de la historia que se quiera y más. Yo, lo siento, no me lo trago.

La población también hemos tenido que inventarnos mascarillas caseras para nuestra autoprotección.
¿Qué Estado es este que deja a su suerte a toda la población, sana, asintomática o enferma?

Pero, volvamos al tema. Las autoridades han dicho y han decidido. Y nosotros hemos consentido, hemos dejado morir en la mayor de las soledades a las personas que pasaron una guerra, una postguerra, una dictadura, que se destrozaron la salud trabajando parar prosperar ellos y sus familias, nosotros sus hijos y nietos. Y, de paso, el país.

¿Cómo lo hemos agradecido? Cumpliendo con una consigna indignante.
No soy quien para decir cómo se debería haber reaccionado la gente a la que le ha tocado perder a un ser querido en estas circunstancias. Ellos mismos no han podido despedirse, Y, eso, psicológicamente pesa y pesará mucho más que en un duelo normal.

Sí puedo decir lo que yo hubiera hecho: hubiera estado allí, bajo mi responsabilidad, firmando todas las declaraciones de excepción de responsabilidad que hubiera hecho falta; buscándome la vida para conseguir esas medidas de seguridad básicas que ahora se vende a precio de oro. Pueden que me hubieran tenido que sacar a la fuerza. Puede que me hubieran echado. Pero, nunca, acatado sin más órdenes que, hasta un soldado en estado de guerra puede y debe desobedecer cuando van en contra sus creencias, de la moral, la ley o derechos fundamentales.

No nos podemos amparar en el “hemos cumplido órdenes”. Hemos sido cómplices. Ya no le eches la culpa al gobierno, el estado el decreto de estado de alarma…No. Aquí el responsable hemos sido cada uno de nosotros. Y, ya no me refiero a la masa social maleable que sale a aplaudir a los balcones. Ya no me refiero a la cobardía que como colectivo nos han inoculado, ni al hecho de que nadie va a levantar la voz a sabiendas de que se va quedar solo.

Y, ¿si hubieran sido los niños el segmento de la población al que este maldito bicho atacaba con más ahínco? ¿Hubiera habido más protestas, manifestaciones? ¿Los padres se hubieran unido y se hubiera llamado a la desobediencia civil? Esos mismos padres, hijos de otros padres. Es cierto. El tema es delicado, ya que no hay imágenes más aterradoras que la de un niño enfermo, el mayor de los inocentes en un conflicto bélico. Algo en nuestro interior, de forma innata, tiende a protegerlos. Hablando en términos de fría sociología, son nuestro u futuro. Y, la pérdida de un hijo de corta edad, que apenas ha comenzado a dar sus primeros pasos en este incierto Mundo es un golpe mucho más duro que el traspaso a otra vida u otro mundo de alguien de setenta u ochenta años. Pero, nos estamos pasando por alto algo sagrado: el derecho a la vida de TODOS, y llegado el momento, el derecho a una muerte digna.

Les hemos quitado lo último que a un ser humano se le puede quitar en sus últimos momentos en este mundo. Su dignidad ante la muerte.

Otro experimento social que ha sido resuelto con éxito.

Un virus muy selectivo que deja nuestras consciencias tranquilas.
11/05/2020




Artículo publicado en el núm. 3 de la Revista Identidadhttps://bit.ly/36NCNsM en la que tengo el gusto de colaborar. Quien me conozca se puede sorprender de que colabore una revista con una línea marcadamente conservadora. La razón es sencilla: el respeto a la libertad de pensamiento y de opinión, y la convergencia en el sustrato de valores que compartimos, si bien, a veces partiendo de premisas diferentes. El editor, conocedor de mi manera de pensar, me invitó a participar sin ningún tipo de censura en mis colaboraciones. La grandeza del respecto mutuo a la diferencia de pensamiento, creencias religiosas, ideas políticas o posicionamiento ante la vida, sin imposición de una a otra, es algo de un inconmensurable valor en sí mismo.


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